"Habemus papam" Francisco I

MIG

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Cada día me cae mejor su Santidad.
En la foto hay 6 diferencias:

1. Cambió el trono de oro por una silla de madera...algo más apropiado para el discípulo de un carpintero.

2. No quiso la bufanda roja bordada en oro para verse fresa.

3. Usa los mismos zapatos negros viejos, no pidió zapatillas rojas estilo Ratzinger.

4. Usa su misma cruz de metal, nada de rubíes y diamantes.

5. Su anillo papal es de plata, no de oro.

6. Usa por debajo los mismos pantalones negros de siempre para recordarse que es un sacerdote más.

Ya que tantos políticos se declaran "fans" del Vaticano, podrían aplicar algunas de estas enseñanzas.

Esta imagen merece ser compartida.

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MD88

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Panzer Kardinal, ocho años después

Kratos

17 de febrero 2013



La noticia sorprendió al mundo entero. El Papa renunció. Estas líneas hubieran sido dedicadas al Carnaval de Mazatlán en otra circunstancia. Al éxito de su convocatoria. A lo esplendoroso de su fiesta. Al mitote de las brasileñas. Pero un Papa renuncia a penas cada 600 años.


Joseph Alois Ratzinger se convirtió en el Papa número 265 el 19 de abril del 2005. Con 90 años de edad, el sucesor de Juan Pablo II es un hombre de polémica. Su admiradores lo ven como un hombre de ideas fijas, muy trabajador, dispuesto a abatir la Dictadura del Relativismo cómo única vía para alcanzar los días gloriosos de la Iglesia Católica. Sus detractores lo acusan de atacar las reformas del Concilio Vaticano II, consideradas como progresistas.


Disiento sobre muchas de las posiciones de Benedicto XVI. En particular, me desconcertó el inicio de su mandato. Recuerdo 1) la provocación a los judíos, al readmitir en la Iglesia Católica a sacerdotes que niegan el Holocausto; 2) Ofendió a los musulmanes, cuando en uno de sus discursos en 2006 dijo que Mahoma impuso la fe con la espada y proclamó la guerra santa; 3) Irritó a los protestantes y cristianos cuando, en un documento oficial de 2007, identifica a las iglesias ortodoxas como imperfectas; 4) Agravió a las comunidades indígenas latinoamericanas cuando en su discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, calificó como un retroceso el supuesto regreso a las religiones precolombinas; 5) Durante su viaje al continente africano, el Papa se manifestó en contra del uso de los preservativos, porque “no solo no solucionan el problema, sino que lo agravan todavía más.”


No obstante sus posiciones, en lo personal me causa admiración. Reconozco en él a un hombre valiente, dispuesto a asumir los costos por sus convicciones. Su inteligencia es reconocida por propios y extraños. Es fácil reconocer a un hombre brillante, porque esta dispuesto a someterse a la confrontación mediante la argumentación.


Cuando Ratzinger condena la Dictadura del Relativismo, esta señalando a todos aquellos acostumbrados a utilizar su parte de la verdad como moneda de cambio. El, por supuesto, esta decidido a defender la parte que le corresponde. Asume una posición frente a la diversidad. Entiende la libertad desde la diferencia, pero se cuestiona su posible edificación desde el disfraz acomodaticio del arreglo. El consenso ficticio es peor que el desacuerdo, mata la esperanza.


Benedicto XVI dejará de ser Papá el próximo 28 de febrero. Se retirará a la residencia de Castel Gandolfo hasta que un nuevo cónclave decida su sucesor. La noticia tomó por sorpresa a todos. Así, a todos, pues nadie conocía de ella. Ni una sola filtración periodística al respecto, lo que dice mucho de la soledad del número uno de los purpurados en la línea sucesoria de Pedro.


Se fue aludiendo razones de salud. No ha faltado quién hable de traición, presa de los suyos, arrinconado por los entretelones del poder. Muestra de ello fue aquél verano del 2012, con la detención de Paolo Gabriele, su mayordomo, acusado ser el autor material de la sustracción de la correspondencia papal. Un duro revés sumado al despido fulminante, tan sólo unas horas antes, de Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR).


Gabriele, su fiel Paoletto, era la persona más cercana al Papa. Le ayudaba a vestirse, le servía el desayuno, lo acompañaba en sus viajes. Benedicto XVI confiaba ciegamente en él. Lo mismo podría decirse del banquero Tedeschi, despedido sin derecho a réplica ni honor por altos miembros de la Curia. Fue la persona elegida por Ratzinger para limpiar la banca del Vaticano. En la expresión del L’Osservatore Romano, se trataba de “un pastor rodeado por lobos”. Hombres sedientos de riqueza, poder e inmunidad, no necesariamente de FE.


A la muerte de Juan Pablo II nadie tenía tanta información, nadie conocía tan a profundidad la crisis – y los pecados - del cristianismo romano, como el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sus ideas, aunadas a su mano de hierro sentida durante lustros, hicieron de él el único con autoridad moral y política suficiente para la sucesión.


Ratzinger sabía a lo que se enfrentaría cuando se postuló. Lo dejó sentir en sus palabras aquél 24 de marzo del 2005, con un Papa ya moribundo, a punto de superar los 27 años en el cargo. Su discurso electoral fue claridoso. Era Viernes Santo, y el presidente de la Congregación sustituía al pontífice en el tradicional Vía Crucis:


“¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús. No nos queda más que gritarle: Kyrie, eleison. Señor, sálvanos.”


Fue un discurso alarmante, ahora sabemos que se trataba de un aviso. Sin duda, relacionado con aquella epístola que había enviado a los obispos de todo el mundo para ilustrarles sobre cómo comportarse ante posibles casos de pederastia y otros abusos a menores por el clero católico. En la misiva, era imposible discernir entre pecado y delito, porque Ratzinger reservó para su congregación doctrinal qué hacer ante un abuso sexual si se comente con un menor de 18 años. También dio instrucciones para denuncias de homosexualidad o zoofilia.


La palabras del sumo pontífice retumbaron nuevamente en la basílica de San Pedro el pasado miércoles de ceniza. Su orientación fue en el mismo sentido de denuncia, sin por ello hacer caso omiso al dolor, sufrimiento y la indignación:


“Pienso en particular en los atentados contra la unidad de la Iglesia y en las divisiones en el cuerpo eclesial […]Jesús denunció la hipocresía religiosa, el comportamiento de quienes buscan el aplauso y la aprobación del público.”


Ratzinger pasará a la historia por sus intentos, tardíos pero sinceros, de limpiar la imagen de la Curia y de la Iglesia, deshonrada por tantos casos de abusos a menores ocurridos en los últimos 50 años en instituciones y colegios católicos del mundo entero, y por la sistemática tarea de ocultación que emprendió la jerarquía durante el papado de su antecesor, Juan Pablo II.


Es verdad que Ratzinger fue el brazo teológico de Wojtyla en la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero mientras el Papa estuvo vivo la consigna fue tapar y proteger a las ovejas descarriadas, y sobre todos ellos al líder de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. Elevado al altar de asesor principal de Wojtyla e inmune a toda condena pese a la tímida oposición del ortodoxo Cardenal alemán, que solo pudo poner orden al sentarse en la silla de San Pedro y terminó por señalar al movimiento entero.


La política es la persecución del poder, la historia es el relato de ese camino. Si alguien conoce de política, es la Iglesia.


Al resultar electo Ratzinger, vendría un proceso de transición en la Iglesia Católica. Su llegada fue leída como el arribo del Panzer Kardinal (tanque de combate) que venía a poner orden y concordia a una institución cada vez más desdibujada entre sus propios feligreses.


A ocho años de distancia, el relato se desdibuja. No queda claro el resultado. Los pecados de la iglesia se los lleva Benedicto XVI. Sólo él sabe los motivos auténticos de su renuncia y tantas otras dudas: ¿quién se beneficia con su salida?; ¿en verdad es una cuestión de salud o de resignación ante los poderes fácticos que combatió? Desde un punto de vista más filosófico: ¿tiene un Papa el derecho a bajarse de la cruz de cristo?


Es difícil pronunciarse a favor o en contra de una decisión de esta naturaleza. Aplaudo su valentía. Políticamente, me gustaría verlo maniobrar a la hora de su sucesión. Ni los pecados de la Iglesia merecen quedar impunes, por el bien de la Iglesia misma.


Que así sea.





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