El siguiente como tal no es un reporte de vuelo, es mas bien la columna del Sr. Germán Dehesa del periódico Reforma (17 mayo) en donde hace una pequeña alusión al servicio de Aeroméxico. Me atrevo a postearlo por el hecho de que últimamente los reportes de vuelo, aunque muy buenos, han sido muy escasos. Espero que sea de su interés.
Gusto en saludarlos.
GACETA DEL ÁNGEL
A mi regreso
Germán Dehesa
17 May. 10
Pues ahí tienen que me ausenté unos diyitas. El viernes 14, por la mañana, me trasladé al Aeropuerto Internacional Germán Dehesa (lo de Benito Juárez es una vil calumnia, nadie ha reconocido oficialmente ese nombre y mi candidatura es vista con muy buenos ojos) para de ahí tomar el vuelo que me depositaría, después de dos horas de trayecto, en las bellas playas de Cancún. Llegué a muy buena hora para tomar posesión de mi habitación en un hotel cuyo nombre ignoro, pero que, según la Rosachiva, que luce este domingo turbadora y ovacionable minifalda, es el Meliá Cancún. Pues será. Ahí me instalé bastante a gusto y bajé a departir con la fanaticada. Casi todos mis inminentes escuchas eran médicos y casi todos neumólogos. Comprenderán que puse especial esmero en mi trato, de por sí encantador, porque cualquier día de éstos voy a caer en garras de alguno de ellos y no quiero que me vaya a hacer alguna chacalada. En lo mejor de la chorcha, tuvimos que interrumpir y pasar al auditorio para que, en una ceremonia breve pero emotiva, dieran por iniciados (comenzados. Casi siempre usamos mal el verbo INICIAR) los trabajos de no sé qué reunión anual de no sé quién. El caso es que la primera charla de este aquelarre corría por cuenta de su Charro Negro quien, con más velocidad que nuestra Selección, ocupó la mesa principal para perorar acerca de "el protocolo de vivir". La verdad, estuve aceptablemente lucido, nadie se quejó y, al final, todos aplaudieron. En la noche me invitaron a cenar, me disculpé e intenté dormirme. Fue una tarea casi imposible. Lo poco que dormí fue interrumpido por el hecho irrebatible de que ya era hora de juntar los tiliches y regresar a la Capital. Tanto de ida como de vuelta, el servicio de Aeroméxico fue impecable. Y que conste que iba yo en clase turista en franca comunión con la clase obrera y, sin hacer distingos, las azafatas nos trataron como si fuéramos casi de la realeza española.
Llego a México y, en el trayecto a mi cantón, el gran Pancho me pone al día acerca de la ingrata noticia del secuestro de Diego, un hombre a quien yo aprecio mucho hasta por sus arrebatos de megalomanía. Desapareció, no se sabe nada de él y hasta el momento de escribir estos renglones, los raptores no han dicho ni pedido nada. Todo es un misterio insondable. Frente a hechos así, los mexicanos solemos decir: todo esto está muy rarou.
El domingo amaneció (la verdad, no tengo idea de cómo amaneció, yo estaba durmiendo como Dóberman borracho, pero estoy usando una figura retórica). Desperté hacia las once de la mañana, con el tiempo contado para desayunar, hacer mis abluciones, ponerme una ropa casual aunque finísima e instalarme frente al televisor sintonizado en el Canal 13, cuya transmisión no es ninguna maravilla con los niños post-lactantes que tienen ahí, pero que, con todo y todo, se me hace más llevadera, que las grandilocuencias y las vacuidades de Televisa. Tras un partido olvidable, lento y casi con la ausencia de un rival, los ratoncitos verdes ganaron 1-0, lastimaron a Guardado y el llanto se extendió por Tenochtitlan.
Y ya me voy. Nos vemos mañana a ver cómo viene la semana. Quedad con Dios.
Gusto en saludarlos.
GACETA DEL ÁNGEL
A mi regreso
Germán Dehesa
17 May. 10
Pues ahí tienen que me ausenté unos diyitas. El viernes 14, por la mañana, me trasladé al Aeropuerto Internacional Germán Dehesa (lo de Benito Juárez es una vil calumnia, nadie ha reconocido oficialmente ese nombre y mi candidatura es vista con muy buenos ojos) para de ahí tomar el vuelo que me depositaría, después de dos horas de trayecto, en las bellas playas de Cancún. Llegué a muy buena hora para tomar posesión de mi habitación en un hotel cuyo nombre ignoro, pero que, según la Rosachiva, que luce este domingo turbadora y ovacionable minifalda, es el Meliá Cancún. Pues será. Ahí me instalé bastante a gusto y bajé a departir con la fanaticada. Casi todos mis inminentes escuchas eran médicos y casi todos neumólogos. Comprenderán que puse especial esmero en mi trato, de por sí encantador, porque cualquier día de éstos voy a caer en garras de alguno de ellos y no quiero que me vaya a hacer alguna chacalada. En lo mejor de la chorcha, tuvimos que interrumpir y pasar al auditorio para que, en una ceremonia breve pero emotiva, dieran por iniciados (comenzados. Casi siempre usamos mal el verbo INICIAR) los trabajos de no sé qué reunión anual de no sé quién. El caso es que la primera charla de este aquelarre corría por cuenta de su Charro Negro quien, con más velocidad que nuestra Selección, ocupó la mesa principal para perorar acerca de "el protocolo de vivir". La verdad, estuve aceptablemente lucido, nadie se quejó y, al final, todos aplaudieron. En la noche me invitaron a cenar, me disculpé e intenté dormirme. Fue una tarea casi imposible. Lo poco que dormí fue interrumpido por el hecho irrebatible de que ya era hora de juntar los tiliches y regresar a la Capital. Tanto de ida como de vuelta, el servicio de Aeroméxico fue impecable. Y que conste que iba yo en clase turista en franca comunión con la clase obrera y, sin hacer distingos, las azafatas nos trataron como si fuéramos casi de la realeza española.
Llego a México y, en el trayecto a mi cantón, el gran Pancho me pone al día acerca de la ingrata noticia del secuestro de Diego, un hombre a quien yo aprecio mucho hasta por sus arrebatos de megalomanía. Desapareció, no se sabe nada de él y hasta el momento de escribir estos renglones, los raptores no han dicho ni pedido nada. Todo es un misterio insondable. Frente a hechos así, los mexicanos solemos decir: todo esto está muy rarou.
El domingo amaneció (la verdad, no tengo idea de cómo amaneció, yo estaba durmiendo como Dóberman borracho, pero estoy usando una figura retórica). Desperté hacia las once de la mañana, con el tiempo contado para desayunar, hacer mis abluciones, ponerme una ropa casual aunque finísima e instalarme frente al televisor sintonizado en el Canal 13, cuya transmisión no es ninguna maravilla con los niños post-lactantes que tienen ahí, pero que, con todo y todo, se me hace más llevadera, que las grandilocuencias y las vacuidades de Televisa. Tras un partido olvidable, lento y casi con la ausencia de un rival, los ratoncitos verdes ganaron 1-0, lastimaron a Guardado y el llanto se extendió por Tenochtitlan.
Y ya me voy. Nos vemos mañana a ver cómo viene la semana. Quedad con Dios.
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